martes, 15 de septiembre de 2009

Me siento seguro

No, tranquilidad, no me ha bajado la regla ni me he puesto ninguna de esas compresas con alas ultrafinas… aunque lo tengo que probar un día a ver qué tal.

Quiero hablar de la seguridad. Mejor dicho de en manos de quién está la seguridad de los ciudadanos en los lugares escondidos, en los submundos de la ciudad. Vamos que voy a hablar de los seguratas del metro.

¿Para qué sirven? ¿Alguien lo sabe? ¿Ha levantado alguien la mano por ahí? ¿No? ¿Nadie se atreve a decir nada? ¡Ah, os he pillado!

Un segurata de metro debe velar por la seguridad del lugar y por hacernos sentir que todo está controlado. Pero más que hacernos sentir seguros lo que nos hacen sentir es risa. ¿De dónde los han sacado? ¿De unas viñetas de un cómic?

La mayoría de ellos están gordos, por lo que cuando tengan que acudir a alguna intervención urgente la vida habrá pasado delante de sus narices mientras hacían por llegar. ¡¡Si es que hasta se quedan extenuados del esfuerzo de subir en las escaleras mecánicas para salir a echarse un cigarrillo!!

Son como los mimos, debes echarle unas monedas para que se muevan pero al contrario que éstos, no les cuesta nada quedarse quietos, les sale así por naturaleza.

En contraposición a estos seguratas están los flacos. Los que van andando de lado porque les pesa demasiado la porra y tienen que abrir el brazo del lado contrario para hacer contrapeso y así poder andar derechos.

De pequeños debieron darles algún susto del que nunca se repusieron y con los nervios aún en el cuerpo no han conseguido engordar un gramo. Llevan bigote para parecer menos vulnerables y enclenques, pero el cómico resultado no pasa de ser un SuperLópez con los calzoncillos por dentro y con ropa reglamentaria.

En un tercer grupo aparece otro extremo: el segurata musculitos. Éste, que proviene de un barrio muy obrero, comenzó a fumar a los nueve años y a drogarse a los trece pero a los veintiséis logró desengancharse gracias a su reinserción como boxeador y a las horas y horas que pasó en el gimnasio improvisado en un local abandonado de su barrio y al que acudían otros pocos como él.

La jornada de trabajo de éstos consiste en la ardua tarea de mirarte de frente cuando sales mientras no paran de mascar chicles con la boca abierta y mantienen las manos a ambos lados de la hebilla del cinturón, bien erguidos como si de unos militares expulsados del ejército se tratase. Dicen las malas lenguas que Trex y Orbit están detrás de su contratación y que incluso son los que les pagaron el curso de Vigilante de Seguridad.

Luego están esos perros que llevan y que comparten los seguratas de todos los tipos. Esos pastores alemanes tan obedientes siempre con el bozal y erguidos al lado de quien lleve la correa. Parecen perros preparados pero si los dejan sueltos comienzan a dar vueltas sobre sí mismos intentando atraparse el rabo. Se pueden tirar horas así... y es que al final los animales terminan pareciéndose a los dueños.

Aprovechándose de los perros, los seguratas flacos los usan para ir de un lado a otro montados a caballito y así no cansarse demasiado, ya que con tan pocas fuerzas es posible que caigan desmayados en cualquier pasillo y sean atendidos por los viajeros.

Pero sean del tipo que sean, todos llegan a casa con su mujer y con la satisfacción de un día de trabajo bien hecho:
- ¿Qué tal ha ido el día?

- Hasta arriba. Sin parar un segundo, como siempre. Harto de todo lo que hay que controlar. Hoy casi le pego una paliza a un negro.

- ¿Y eso? ¿Era un carterista? ¿Intentó salir corriendo? ¿Opuso resistencia?

- Nah... el tío salía tranquilamente a la calle y le pedí el billete en un control rutinario para comprobar que no se había colado y ...

- Y no lo llevaba porque se coló y cuando se encaró contigo casi le arreas.

- No, no. Llevaba el billete así que me quedé con las ganas.
Y es que un segurata lleva desde pequeño la vocación de proteger a las personas y hacer del mundo un lugar mejor, poniendo en juego su vida y arriesgándose a cansarse y sudar si fueran testigos de una situación extrema, lástima que el mayor tiempo lo pasen de espaldas hablando con la taquillera y no se den cuenta.

Para colmo tienen que cargar con la mala imagen que tiene la gente de ellos que piensan que odian a los negros y a los maricones y que se dedican a esto porque son cortos de entendederas y así compensan su complejo de inferioridad. Si alguna vez actuaron de una manera poco conveniente fue fruto del estrés provocado por indicar a las viejecitas dónde está el ascensor y la tensión de que en cualquier momento les puedan llamar por el walkie-talkie para que no se pierdan a una tía en minifalda.

Y es que la seguridad en el metro me hace sentir seguro. Estoy seguro de estar inseguro.

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