miércoles, 1 de julio de 2009

Los de la gorra

No me refiero únicamente a los gorrillas, esos amables caballeros que te indican el sitio libre para aparcar a cambio de una pequeña propina para que que cuando vuelvas tu coche no aparezca con las ruedas pinchadas, la carrocería rayada y la radio robada por quién sabe qué indeseable.

Me refiero a todos los que llevan una gorra puesta sea invierno o verano, de día o de noche, en interiores o al exterior, originarios de España o no. Ésto último más bien no.

No sé si será algún tipo de religión de esas nuevas, no sé, al igual que las mujeres musulmanas deben llevar velo tal vez estos nuevos conciudadanos hayan traído consigo una nueva religión que obliga a llevar gorras de los New York Yankees y que solo puedan lavarla una vez cada trienio.

Sí, debe ser eso: una religión; porque desde luego yo no entendería esta costumbre si no fuera por algún tipo de creencia ¿quién en su sano juicio llevaría puesta una gorrita todo el puto día?

Seguro estoy que éstos no se la quitan ni para dormir. Vamos que me los imagino yo en el catre con su mujer, los dos ahí, haciendo 2500 euros más y la mujer diciéndole:
¡Ay, papito! Retira la cabeza que me das con la visera.
Pero como no hay mal que por bien no venga, éstas familias, por lo general, cortas de recursos se ahorrarían bastante dinero a la hora de cocinar.
¡Cari, ven ya para la cocina que voy a empezar a hacer la comida!
El marido acude resignado y pone la cabeza ladeada mientras la mujer le apoya la sartén un poco más abajo de la sien; despacito, ella que sostiene la sartén con una mano, levanta con la otra un poco la gorra del marido hacia arriba y deja que chorree el aceite del pelo. Una vez con la sartén llena ya pueden comer patatas fritas bien crujientes, y sin necesidad de reciclar el aceite para dos o tres fritangas, porque la reserva de aceite en el pelo nunca escaseará, y mucho menos ahora que estamos en verano.

¡Ay, cómo me gustan estos intercambios culturales! Es todo tan cosmopolita...

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